Si hemos de elegir una época de la vida en la que realmente fuimos inocentes y felices esa es sin duda la infancia.Todos la visitamos inesperadamente, involutariamente, en numerosos momentos de nuestra vida. Y es que realmente era edad sin edad, semilla verdadera.
Del otro lado de la infancia vienen esas voces de colores,
estos lápices que tensan la verdad de la mañana:
volcán de niños golpeando el aroma de las flores en los parques.
Una vez ahí te viste, aunque no te reconoces,
coronado de cintas y dragones.
Clavicordio de risa permanente dando forma al vacío
de las horas, verbo al sueño. Ganando mil batallas.
Nunca el tiempo fue más bello ni más alta su cima.
Caballos de cartón cruzando el cielo.
Y nunca te asustó la fiebre, porque estaba echa de espuma,
plegada en un océano de sábanas.
El dolor, entonces, aún era misterio.
Hacías de la tarde un vasto territorio.
Un triángulo de llanto con sol en cada esquina;
y lentamente abrías abismos a tu paso,
vengabas las estrellas
lanzando tus ejércitos de llamas en la noche:
sonora turba virgen sin secretos.
¿Quién habitó esos días despojados de ira?,
¿quién anunciaba la muerte en pantalones cortos?,
¿quién dejó allá abajo, del otro lado de la infancia,
su huella como honda epifanía, su ansia de lo eterno?.
De aquello que aprendiste nada queda,
pues tu memoria de entonces crepita en la memoria de los otros.
A veces es ceniza, a veces pura música inconcreta,
un círculo de oro con libélulas,
una leve vibración como un estanque,
una cueva de cristal dentro del pecho.
Era edad sin edad,
semilla verdadera.
Antonio Lucas.
Caballos de cartón cruzando el cielo.
Carpe Diem.
Sergio.