Disfrutamos ahora de la que fue la expresión poética preferida por el pueblo, el romance. Su creador, siempre anónimo, lo entregaba al pueblo y éste lo hacía suyo. Durante siglos fue repetido por juglares, pastores, labradores... hasta que pasó al papel en los siglos XV y XVI.
Suelen clasificarse por la temática que abordan. Los que priorizan los encuentros amorosos, como el que hemos elegido, son muy frecuentes y reflejan las aspiraciones de la población situada en la base de la pirámide social por ascender, de hecho, los protagonistas acostumbraban a ser un caballero y una aldeana, pastora o labradora, o una dama y un rústico. Hacían uso de símbolos eróticos: vergel, pies descalzos...
Estáse la gentil dama
paseando en su vergel*, * jardín
los pies tenía descalzos,
que era maravilla ver;
desde lejos me llamara,
no le quise responder.
Respondíle con gran saña:
¿Qué mandáis gentil mujer?.
Con una voz amorosa
comenzó de responder:
Ven acá, el pastorcico,
si quieres tomar placer;
siesta* es del mediodía, * calor
que ya es hora de comer,
si querrás tomar posada
todo es a tu placer.
Que no era tiempo señora,
que me haya de detener,
que tengo mujer y hijos,
y casa de mantener,
y mi ganado en la sierra,
que se me iba a perder,
y aquellos que me lo guardan
no tenían qué comer.
Vete con Dios, pastorcillo,
no te sabes entender,
hermosuras de mi cuerpo
yo te las hiciera ver:
delgadica en la cintura,
blanca soy como el papel,
la color tengo mezclada
como rosa en el rosel,
el cuello tengo de garza,
los ojos de un esparver*, * gavilán
las teticas agudicas,
que el brial quiere romper,
pues lo que tengo encubierto
maravilla es de lo ver.
Ni aunque más tengáis, señora,
no me puedo detener.
Romance de la gentil dama y el rústico pastor.
Carpe Diem.
Sergio.