Para Juan Ramón Jiménez su obra poética era sustancia nacida plenamente de su vida. El poeta afirmaba que había derramado su vida en ella: Yo he ido pasando día a día mi vida a mi obra. ¿Morir?, yo no he de ser enterrado. A la tierra no irá más que mi cáscara.
Vino cantando y riendo
sofocada por el sol,
con la primera magnolia
que en nuestro jardín abrió.
Quiso que yo la mirara,
y por mirar la flor,
murió un verso que nacía
de mi helado corazón.
Me enfadé, porque mi alma
que su lágrima perdió
ama más bien una rima
perfumada que una flor.
Ella se fue: yo, soñando
con el verso que murió,
me puse a mirar el cielo
por el abierto balcón.
Estaban regando el parque
y de las rosas subió
una ráfaga suave
de fragancia y de frescor.
Y mis ojos vieron que ella,
entre las rosas y el sol,
estaba sola en un banco
deshojando aquella flor.
Mis ojos la acariciaron:
la pobre se levantó
y se perdió entre los árboles
para venir por mi amor.
Juan Ramón Jiménez.
Carpe Diem.
Sergio.